martes, 4 de enero de 2011

10 + 10 con Monseñor Fabián



Caminando por la vida el hombre se encuentra con diferentes situaciones que muchas veces, son ocasionadas por la vida misma y muchas otras veces por el mismo hombre; situaciones que lo llevan a caminar por curvas peligrosas, subir cuestas agotadoras y bajar pendientes que aceleran las dificultades, pero siempre en cada uno de estos momentos se encuentran ángeles que rescatan al que sufre.

Yo, el que escribe estas líneas, después de haber caminado por túneles que estaba llenos de sufrimientos y tinieblas que duraron por varios años, me encontré con un hijo de Dios; cuyo nombre lo supe en seguida. Su nombre era Fabián Amaya, un hombre de mediana estatura, que se notaba serio pero que al romper el silencio se escuchaba la voz acogedora muy creíble, sincera, era un hombre que destruía y construía sencillo.

Después de unos años me incorpore al trabajo de la Iglesia, yo estuve un poco mas cerca de él. Cada vez iba descubriendo debajo de un manto sorpresas muy agradables, ya que él era un sacerdote al servicio de los pobres, él le ayudaba al que lo necesitaba. Él se quitaba su camisa para dársela al que no tenía.

Muy acogedor, muy hermano, hombre de fe. Es así como describo a ese hombre que luchaba por el más necesitado.

Quiero manifestarles, que muchas veces me extrañaba por que él, vestía ropas sencillas, sus sandalias gastadas, sus zapatos sin brillo; pero por dentro andaba en él al hombre fiel, al llamado de Dios para servir hasta dar la vida por el que él amo.

Dijo en ciertas ocasiones: “Amo tanto mi ministerio, que si muriera y volviera a nacer; volvería a ser Sacerdote”.

Recuerdo que en una ocasión, tuve el valor de decirle: Padre Fabián yo quiero ser su amigo, me volvió a ver y se sonrió.

Su despedida fue en su obra de constructor, en el último momento me envió con materiales para casas de unas familias en Shangallo, a mi regreso ya no estaba ¡se había marchado!

Hasta pronto, hasta luego Padre Fabián.

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