martes, 4 de enero de 2011
Comprometidos con la creación de Dios
Nuestra Iglesia se ve fortalecida por nuevas comunidades
San Cristóbal Ilopaneco
El Espíritu santo se manifestó en nuestra parroquia.
El pasado 24 de octubre, los jóvenes que a lo largo de este año han estado en preparación para realizar el sacramento de la confirmación. Voto que realizan para recibir y confirmar el Espíritu Santo que ya anteriormente habían recibido por medio del Bautismo.
Como parte de la preparación, los jóvenes miembros de las cinco zonas de nuestra Parroquia, realizaron un retiro de culminación de su preparación. Este retito sirvió para que los jóvenes realizaran una autoevaluación espiritual en su vida, para luego dar el nuevo paso que es confirmar su fe.
En el desarrollo de este pudieron reflexionar los diferentes llamados que Dios hace, entre ellos: El llamado a la vida, como seres humanos somos llamados y sobre todo escogidos por nuestro Padre; ya que el desde antes de nacer ya nos ha escogido y preparado grandes maravillas para cada uno.
El llamado a la Santidad, todos los seres humanos estamos llamados a ser Santos, a que vivamos y demostremos nuestra santidad por medio de nuestro testimonio de fe.
Llamado al Apostolado, podemos ser llamados a formar parte de la gran familia de Dios por medio del sacerdocio, ser misionero o servir dentro de lo que el mismo Dios nos llame.
Llamado a vivir en comunidad, todos somos llamados a formar parte de una familia, así también estamos llamados a vivir en comunidad con nuestros hermanos.
En este retiro también recordó que por medio de la comunión recibimos a nuestro Padre Dios, quien por el perdón de nuestros pecados murió en la cruz. Con ese inmenso amor cada vez que se recibe se debe de dar gracias e invocar al Espirito Santo para que descienda sobre cada uno de nosotros.
Como hijos de Dios, nunca se debe olvidar a nuestra Madre Santísima, ya que es ella la principal intercesora ante su hijo amado pidiendo por el perdón de nosotros. “Ven Espíritu Santo, por medio del corazón de inmaculado de María Santísima”.
Dios vino, viene y vendrá.
Con la fiesta de Cristo Rey del universo terminamos el año litúrgico e iniciamos el siguiente.
El año del Señor comienza con el tiempo del adviento que nos prepara para la fiesta de la natividad de Nuestro Señor y volvemos a recorrer los principales misterios de nuestra redención; cada año desde distinta óptica pues se considera y medita desde un evangelio de los cuatro que tenemos. Este primer tiempo es corto pues solo consta de cuatro semanas.
La Liturgia no es una secuencia sacra del tiempo en la que vamos recordando los misterios más importantes de la vida del Señor sino la misma vida de Cristo que se desenvuelve hasta la consumación de la historia, para nuestra progresiva conformación con el Hijo ya en esta tierra. Recordamos no solo para no perder la memoria sino para, gracias a los sacramentos, vivir los misterios e irnos poco a poco configurando con Cristo y esto es una tarea de toda la vida.
El Adviento es tiempo de avivar la esperanza en «unos cielos nuevos y una tierra nueva según su promesa» (cf. 2 Pe 3, 13); rememoramos en la Navidad el acontecimiento de la encarnación y este es el motivo de nuestra esperanza. De alguna manera en estas fiestas: recordamos el acontecimiento histórico del nacimiento del Señor, esperamos su ultima venida al final de nuestra vida y del universo y lo vivimos en cada momento, pues el Señor sigue viniendo en cada conversión y en cada obra hecha por amor a Dios Lo que esperamos —la salvación del único Salvador—, por tanto, ya lo hemos recibido en prenda y constatamos su progresivo despliegue hasta que llegue a plenitud.
Dios vino, viene y vendrá. Para agudizar nuestros sentidos, para calmar la sed y retomar nuestro corazón inquieto (S. Agustín), la Iglesia nos propone este tiempo de Adviento, donde tomamos conciencia del que vino, viene y vendrá, es decir del Señor viene continuamente.
San Bernardo en su Sermón 5 en el Adviento del Señor nos habla de las tres venidas de Cristo; dice:
• «En la primera Dios se manifestó en la tierra y convivió con los hombres»; en ella «vino en carne y debilidad» y por ella «fue nuestra redención»; no hay que olvidar que ya, por Cristo, estamos salvados.
• «En la última, todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron» […] «en gloria y majestad» y, en ella, Cristo «aparecerá como nuestra vida» y como juez poderoso.
• «La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan». En esta venida el Señor viene «en espíritu y poder», donde se nos presenta como «nuestro descanso y nuestro consuelo».
Si bien, la primera es la que rememoramos en la Navidad y la última es la que esperamos en la Consumación final, la venida intermedia es la que expresa la venida constante de Jesús, que se traduce en la tensión entre la alegría de la primera y la esperanza de la última. Esta venida intermedia es la que es objeto de atención especial en todos los Advientos.
Si sólo hiciésemos memoria de la primera, no pasaría de ser un mero recuerdo; si sólo esperásemos la tercera, tan sólo sería futurología. En cambio, la segunda venida es expresión de que el Señor no se ha ido. Él no tiene que volver, sino que viene continuamente a nuestro encuentro. Esto es la señal auténtica de la experiencia de fe. No son ideas ni recuerdos, sino experiencia viva en nuestra carne de un encuentro. Por eso es importante que nos detengamos en ella y que sepamos dar razón, ahora y aquí, de nuestra esperanza (cf. 1 Pe 3, 15).
Espero que vivamos como comunidad y cada cristiano, estas navidad reavivando nuestro acercamiento amoroso con el Señor y que esto nos haga más humanos y más conscientes de la necesidad de estar preparados para salir al encuentro con el Señor.
10 + 10 con Monseñor Fabián
Caminando por la vida el hombre se encuentra con diferentes situaciones que muchas veces, son ocasionadas por la vida misma y muchas otras veces por el mismo hombre; situaciones que lo llevan a caminar por curvas peligrosas, subir cuestas agotadoras y bajar pendientes que aceleran las dificultades, pero siempre en cada uno de estos momentos se encuentran ángeles que rescatan al que sufre.
Yo, el que escribe estas líneas, después de haber caminado por túneles que estaba llenos de sufrimientos y tinieblas que duraron por varios años, me encontré con un hijo de Dios; cuyo nombre lo supe en seguida. Su nombre era Fabián Amaya, un hombre de mediana estatura, que se notaba serio pero que al romper el silencio se escuchaba la voz acogedora muy creíble, sincera, era un hombre que destruía y construía sencillo.
Después de unos años me incorpore al trabajo de la Iglesia, yo estuve un poco mas cerca de él. Cada vez iba descubriendo debajo de un manto sorpresas muy agradables, ya que él era un sacerdote al servicio de los pobres, él le ayudaba al que lo necesitaba. Él se quitaba su camisa para dársela al que no tenía.
Muy acogedor, muy hermano, hombre de fe. Es así como describo a ese hombre que luchaba por el más necesitado.
Quiero manifestarles, que muchas veces me extrañaba por que él, vestía ropas sencillas, sus sandalias gastadas, sus zapatos sin brillo; pero por dentro andaba en él al hombre fiel, al llamado de Dios para servir hasta dar la vida por el que él amo.
Dijo en ciertas ocasiones: “Amo tanto mi ministerio, que si muriera y volviera a nacer; volvería a ser Sacerdote”.
Recuerdo que en una ocasión, tuve el valor de decirle: Padre Fabián yo quiero ser su amigo, me volvió a ver y se sonrió.
Su despedida fue en su obra de constructor, en el último momento me envió con materiales para casas de unas familias en Shangallo, a mi regreso ya no estaba ¡se había marchado!
Hasta pronto, hasta luego Padre Fabián.